Había gran expectación la noche del 13 de junio de 1920 en el Teatro Nacional de la Habanaá: Enrico Caruso, el legendario tenor, cantaría Aída. Corría el rumor de que, aunque todavía fuera una de las voces más privilegiadas de su tiempo, y pese a su agitado ritmo de vida y su irrefrenable talante mujeriego, el gran Caruso padecía una extraña enfermedad y era asediado por matones de la temible Mano Negra. Apenas empezada la función, estalla una bomba en el teatro. Al decir de la prensa, Caruso salió corriendo, vestido de Radames, y desapareció en las calles de La Habana. Nadie sabe hasta hoy que ocurrió exactamente. El caso es que Caruso no volvió a resurgir de las sombras hasta unos días despues. ¿Dónde estuvo durante ese tiempoá? Sólo Aida Petrirena Cheng, hija del chino Noro Cheng Po, conocía el secreto. Lo guardó celosamente hasta 1952, cuando se lo contó a su hija, quien ahora nos ilumina acerca de uno de los misterios mejor guardados de la historia del bel canto.
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