Caruso cien años después
Lázaro Efrén Álvarez de Ávila, investigador musical de la ciudad de Morón, ha convertido la colección de objetos patrimoniales en un sentido de su vida. Dentro de ese afán, la compilación de LP de diversos intérpretes y agrupaciones se levanta como lo más importante, en una tradición iniciada por su padre, Efrén Rafael Álvarez Lleó.
«Antes de la Revolución —cuenta—, mi papá era contador en la Zona Fiscal de Morón. Le gustaba mucho la música, era su hobby, y un buen día decidió obtener toda la música que se escuchaba en ese momento en Cuba. De esa manera comenzó a conformarse esta colección.
«Es grande; implica un gran cuidado limpiar las placas con una motica para retirarles el polvo; sobre todo a las más antiguas, que con el tiempo se vuelven muy frágiles. Es el caso de un disco de Enrico Caruso, de aproximadamente 1903-1904, de acuerdo con el sello del fonograma. Contiene la voz del tenor italiano, en la que interpreta Con una furtiva lágrima. Ya tiene cien años y solo lo manipulo en los momentos necesarios».
Otra de las piezas únicas —por su antigüedad y valor— es el LP de otro tenor italiano, Beniamino Gigli, considerado el sucesor de Caruso. El disco guardado por Efrén es de 1908-1909 y el de otro tenor importante, Mario Lanza, es un poco más reciente: 1940. No son los únicos, porque en la colección se guarda un número importante de músicos cubanos y latinoamericanos de las décadas de los 40 y 50 del siglo XX.
«Los soneros y los boleristas —explica Efrén— eran los intérpretes preferidos por mi padre. Entre ellos estaban el puertorriqueño Daniel Santos, el cubano Fernando Albuerne y la Sonora Matancera. Si no están todos —para no ser concluyentes—, al menos está una buena parte de los cantantes y agrupaciones que en esos géneros se radiaban por las emisoras o se escuchaban en las vitrolas de los bares y locales de recreo en Cuba. Y muchos de ellos en los LP originales».
La búsqueda de ejemplares para la colección ha conllevado a que su dueño se mueva por La Habana, Sancti Spíritus y Camagüey, entre otras ciudades. En la mayoría de los casos han sido donaciones de amigos o personas interesadas en preservar el patrimonio musical en ese tipo de formato. En otras oportunidades la adquisición se ha hecho por una venta módica.
«Existen personalidades poco conocidas y con detalles singulares en su vida —dice el investigador—. Es el caso de José Manuel Galeyo. Era rotulista y clarinetista de la banda de conciertos de Morón en los años 50. Se trasladó a La Habana y creó el sello discográfico Oyelag, que es su apellido al revés. No tuvo éxito; solo pudo hacer dos grabaciones, que quedaron en un solo disco y ese ejemplar lo tengo aquí. Consiste en un LP de 78 revoluciones por minuto con los temas musicales por las dos caras. Es una de las piezas más apreciadas. Galeyo era amigo de mi padre, le cedió el disco y aquí lo tengo a resguardo».
La memoria del padre
Según Efrén, la Asociación de Coleccionistas de la República Dominicana tiene su colección de LP como una de las mayores del Caribe. Él no puede atestiguarlo, pues no mantiene contacto con otros coleccionistas del área. Algunos, comenta, mueren o transfieren su patrimonio a otros recopiladores. Por eso resulta difícil conocer cuán grande es una colección personal en relación con otra.
«Lo importante —explica— es que el fondo aquí crece con la ayuda de personas sensibilizadas en mantener vivo un patrimonio. Miguel Barnet, presidente de la Uneac, y Frank Padrón, el destacado crítico de arte, tuvieron la gentileza de ceder sus colecciones de acetatos.
«A esos ejemplares —cuenta— se les añadieron hace muy poco los LP de Julieta Ortiz, vicepresidenta ejecutiva de la Fundación Fernando Ortiz. Es muy valiosa, tanto en la factura de los fonogramas como de los artistas. Ahí están Kenny Rogers, Elton John, Richard Clayderman; y los cubanos Barbarito Diez, el Trío Matamoros, el Conjunto de Roberto Faz y la Orquesta de Neno González».
Entre tantos discos de acetato, que ocupan considerable espacio de la casa, salta la duda de por qué mantener una tecnología de museo cuando existen otros formatos que permiten almacenar mayor cantidad y escuchar la música con mejor calidad. Ante la pregunta, Efrén es enfático.
«Con estos discos —dice— lo que se hace es guardar una memoria cultural. No es solo el objeto, sino lo que este representa y la historia que existe en él. Además, al coleccionista le gusta escuchar el “rash”, ese sonido de fondo que se sale en las grabaciones de acetato. Si se oye en un reproductor de la época, por supuesto, el placer es mayor.
«Por suerte soy técnico en Sistemas Eléctricos Industrial y Electrónica y puedo darles mantenimiento a los equipos que atesoro. De esa manera escucho los números musicales más insertados en su época y uno se deja llevar a esos tiempos. Es adentrarse en la letra, la melodía, la forma de grabar, el intérprete... todo ello sintetizado en el sonido.
«En verdad ese amor por la música y los discos se lo debo a mi padre. Crecí viendo cómo los cuidaba. Los sacaba con mucho cuidado y les pasaba una motica por la superficie hasta dejarlos sin una partícula de polvo. Luego los colocaba en el tocadiscos muy despacio y se acomodaba en el asiento a disfrutarlos. Yo era muy pequeño, pero lo acompañaba.
«Él me estimulaba para imitarlo. Entre mis primeras fotos, en algunas estoy con un disco en las manos. Cuando oía la música, sobre todo los boleros, mi viejo me ponía a su lado. Decía: “Oye, esa música, oye bien lo que dice”. A su manera, y a pesar de mi edad, me ayudó a adquirir una sensibilidad, a valorar la música. Por eso cuando murió y yo era niño todavía, quedé con ese legado. Es lo que trato de preservar y hacer crecer. Todos estos objetos, todos estos discos, constituyen un tesoro que comparto con él. Con el recuerdo de mi padre».
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